“Lo que me pasa es que a este mundo no lo entiendo…”
L.E. Aute
Se dice del milenario arte de la alquimia y de aquellos que lo practicaban, que para transmutar los metales en oro, antes tenían que hacerlo con su alma.
Luis Eduardo Aute logró convertir las palabras en oro con la piedra filosofal de su alma, su compleja naturaleza y profunda sabiduría, y con ese gran poder se elevó al Parnaso de la historia artística de España y el mundo hispanoparlante.
Aute se asumía más pintor que cantautor, pero con su música se convirtió en ese alguien soñaba con un mundo mejor, mudando las quemantes interrogantes de la existencia en poderosas certezas, a prueba del peor y más sostenible pesimismo.
Como un moderno anacoreta siempre huyó de los fastos y los oropeles. Desde una humildad inmutable Luis habló de libertad, de belleza, ternura, esperanza y alegría, pero también de la cobardía y la hipocresía del mundo en constante involución.
En estado de gracia y con el toque de ‘Rey Midas’ Aute re definió al amor y puso a Eros en la palestra para que los besos, la concupiscencia, la desnudez, el sexo, el erotismo y el deseo hablaran con vida propia.
Luis Eduardo pregonó el poder absoluto de los abrazos, nos hizo conscientes del tiempo, del futuro, el pasado y el presente, descarnó la verdad y la mentira y logró que analizáramos los asuntos elementales, lo mismo a la sombra que en coruscante luz.
Abordó temas inmutables y universales de la naturaleza humana, como la introspección al gozo y al dolor o la insondable dicotomía del bien y el mal. Cantó lo mismo a las presencias y las ausencias, a vendavales y glaciares, a calmas y arrebatos… y por supuesto al desasosiego. Puso el dedo en la llaga que se abre entre la existencia y la nada, que no es cosa menor.
Desde una envidiable lucidez Aute nos mostraba en cápsulas de realidad cómo podía arder el mundo, pero también de cómo los milagros y prodigios en los hechos más sencillos podían salvarnos a cada segundo.
Huía siempre del recurrente universalismo facilón, y echaba mano de un conceptualismo más cercano a la duda como dinamo creativo.
Plasmó pues en un una obra realmente histórica, canciones intemporales de amor, de vida y de muerte. Le puso banda sonora a la eterna lucha entre Eros y Tanathos.
Con el paso de los años, la obra de Aute fue ganando complejidad lírica, al tiempo y ritmo que su riqueza melódica e idea musical se veían fortalecidas por músicos y productores como Luis Mendo, Luis Dulzaides o Gonzalo Lasheras, y últimamente por una potente y eficiente banda cómplice encabezada por Tony Carmona, Billy Villegas y Cristina Narea.
Hoy, tras la noción de la irreparable ausencia de Luis Eduardo se me agolpan los recuerdos de aquellas noches de un ya lejano mayo de 2001, cuando tuve la fortuna de asistirlo personalmente durante sus conciertos en el ya desaparecido Salón 21 de la Ciudad de México. Todavía puedo escuchar su voz grave y calma, llamándome “¡Hey, don Rúben!” (así, con acento en la U).
Era todo un caballero, una persona afable y gentil, un verdadero sabio que a muchos como yo nos regaló el privilegio de su vida y obra, que ya es elemento indisoluble de muchas historias de vida.
Maestro: De alguna manera sigo deseando que esta triste mañana de sábado, el diario no hubiera hablado de ti ¡No seas canalla… eso no se le hace a quien te quiere bien!
Por Rubén Marín Limón / @elrucodel74
Link con el audio del especial realizado por Rubén Marín sobre la vida y obra de Luis Eduardo Aute justo a unos días de haberse dado a conocer el infarto que lo separó de los escenarios en el 2016. 👇